jueves, 22 de enero de 2015

La excelencia


Seguimos desgranando lo que escriben habitualmente las empresas en ese apartado apartado de la web y de los dosieres corporativos que se titula "visión". 

Hoy toca enfrentarnos con la palabra "excelencia" (recordamos que estamos desgranado la frase: "un entorno que fomente la excelenciael liderazgoel respeto por la personala transparenciala meritocracia, la objetividad, la responsabilidad, la innovación y el impacto en la sociedad")

En el libro No es lo mismo (LID, Madrid 2012) Silvia Guarnieri y Miriam Ortiz analizan términos que parecen lo mismo pero nos llevan justo a expresar lo contrario. Hablan de exigencia y excelencia en un breve capítulo. Dicen que la exigencia tiene detrás la creencia de que "lo que hago es lo que soy", y -quizá sin saberlo las autoras- dan en el clavo de uno de los grandes problemas de nuestro tiempo: la confusión entre el ser y el hacer, que es una versión de la confusión entre los medios y los fines.

Una persona es un fin en sí mismo, decía Kant en una formulación de su imperativo categórico, y todo lo demás es medio. ¿Esto hace suponer que el hombre no vale para nada? ¡No tiene finalidad! Significa exactamente eso: que es inútil. 

El ser humano no tiene que hacer nada. Su ser ya le da una dignidad que nadie en la naturaleza tiene, así que no importa lo que haga. Su valor está en el ser. Entonces ¿Por qué hay hombres? Es cierto que todo lo que hay tiene una causa... el Principio de Razón Suficiente (PRS) dice algo así. ¿Para qué sirve el hombre? Lo que está claro es que no para estar ene este mundo, que es pasajero y que no tiene demasiada importancia, el fin del hombre está más allá, en lo perdurable.  

El fin del hombre es lo trascendente. A pesar de no ser muy moderno decirlo, el fin del hombre está más allá. Se ponga uno como se ponga ese es el fin. Y esto no es un discurso religioso. Es religioso si uno cree que la salvación es acercarse a Dios, pero todo el mundo necesita salvar su vida, poner a salvo sus esperanzas, hacer que esto merezca la pena. Si alguien es tan desgraciado que no tiene nada que salvar... su vida no vale nada. Y de estos hay más que moscas. Seamos realistas.

Hay que vivir para tener cosas que salvar. Cosas que merezcan la pena ser salvadas. El trabajo, por ejemplo, debe ser bueno, tomado con ilusión, bien hecho, sin chapuzas, sin vaguerías. Hay que trabajar para salvarse. Para hacer cosas que queden, que merezca la pena el esfuerzo. Por eso el trabajo del intelectual es una de las mejores profesiones (junto con la del artista, el cura o el guerrero), porque lo que haces es contribuir (para bien o para mal) a que la vida de las nuevas generaciones merezca la pena. Hay que escribir cosas que merezca la pena ser leídas. Hay que pintar cosas que merezcan la pena. Hay que publicar cuando se tiene algo que decir, hay que investigar cuando se tiene una pasión por descubrir algo.

El hombre es. Es un ser trascendente. Un fin en sí mismo. No es lo que hace. No vale para nada útil. Es un ser que cuando le dejan hace lo mejor. Eso es la excelencia. La excelencia consiste en ir poco a poco haciendo salvable la vida, como decía Unamuno, hacerse merecedores de la vida eterna. Vivir de tal manera que sea una injusticia la muerte, que tu vida reclame una vida eterna.

Excelencia viene del latín Excellentia, que a su vez viene de Ex-celius, que en mi timología particular lo hago derivar de cielo (celius, caelius), y digo que es la virtud de parecerse a Dios. 

Pues eso es la excelencia, de abajo a arriba es: 

  • El personal no cualificado... miles de bedeles, celadores, conserjes, contables, etc. que dejan un poso en la gente con la que tratan porque están empeñados en ser imprescindibles, en estar para todo, sin una mueca. Esos que al jubilarse dejan un vacío inexplicable, los que recordamos. Los que hacen que el trabajo sea un espacio de encuentro.
  • Los profesionales que hacen cosas creativas encuentran la excelencia en entusiasmarse con lo que hacen y hacer las cosas lo mejor que puedan. De ese modo se es excelente. La excelencia no depende de la cantidad de cosas que uno hace, sino del alma contenida en ellas. No depende de cubrir los estándares de calidad que marca el socialista de turno (sí, el socialista, porque eso de hacer pasar a todos por moldes concebidos desde arriba es socialismo del peor) , sino de que esas mediciones no sean necesarias.
  • Los que dirigen tienen la excelencia en hacer que los que se entusiasman y contagian a otros con el trabajo excelente sean reconocidos, remunerados y promocionados. Y como decían las autoras antes citadas, nunca confundir la excelencia con la exigencia, que no tiene nada que ver.

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